Ecramet
La soledad
Un día cualquiera de enero te encuentras en el aeropuerto con dos maletas que resumen 30 años de tu vida. Sientes un vacío en la boca del estómago y te asalta la duda de si algún día podrás regresar. Te despides rápido de los que te acompañan, estrechas al máximo ese último minuto y te aferras lo suficiente a ese abrazo para que dure lo suficiente hasta que los vuelvas a ver. Y ahogas el llanto para no torturarlos desde ya con tu partida. Los dejas atrás y te embarcas hacia lo desconocido, sin idea de lo que vas a hacer, pero con la ilusión de que allá la vida será mejor. Es invierno, y sientes en tu alma y en tus huesos el frío de tu nuevo hogar. Y desesperadamente buscas el calor abrazador del sol, pero no está allí para calentarte. Todo es gris y sombrío. Tratas de adaptarte y encontrar refugio en ese árbol seco que es Estados Unidos, lleno de pájaros migrantes que como nosotros buscamos abrigo en un lugar hostil y vacío, pero “seguro”. Te abrigas con tus alas, te acurrucas, cierras los ojos y te refugias en tus recuerdos.
Tratas de adaptarte y encontrar refugio en ese árbol seco que es Estados Unidos, lleno de pájaros migrantes...”
La historia completa
Un día cualquiera de enero te encuentras en el aeropuerto con dos maletas que resumen 30 años de tu vida en ellas. Sientes un vacío en la boca del estómago y te asalta la duda de si algún día podrás regresar. Te despides rápido de los que te acompañan, estrechas al máximo ese último minuto y te aferras lo suficiente a ese abrazo para que dure lo suficiente hasta que los vuelvas a ver. Y ahogas el llanto para no torturarlos desde ya con tu partida. Los dejas atrás y te embarcas hacia lo desconocido, sin idea de lo que vas a hacer, pero con la ilusión de que allá la vida será mejor.
Es invierno, y sientes en tu alma y en tus huesos el frío de tu nuevo hogar. Y desesperadamente buscas el calor abrazador del sol, pero no está allí para calentarte. Todo es gris y sombrío. Tratas de adaptarte y encontrar refugio en ese árbol seco y hostil que es Estados Unidos. Te abrigas con tus alas, te acurrucas, cierras los ojos y te refugias en tus recuerdos. Los abres, miras al infinito celeste que cobija al mundo desde el suelo oscuro en que te encuentras y te das cuenta de que tus seres queridos están bajo el mismo cielo, aunque esto no parezca evidente para tu padre que inocentemente te pregunta si la luna brilla con la misma intensidad al otro lado del planeta. Sonríes ante lo insignificante y valioso de este momento y sigues tu camino.
Prontamente aprendes que el sueño americano está lleno de matices, como las personas que lo habitan. En el supermercado, en la oficina del doctor y de inmigración hay muchas caras largas, apesadumbradas, todas, casi que al unísono y en un tono apagado, te dicen: Next. Solo eres uno más, pero con un plus: eres un migrante de dudosa procedencia e intenciones y con acento exótico. Curiosamente, también lo eres para tus compatriotas que te miran con recelo.
Es cierto: Estados Unidos es la tierra de las oportunidades, al menos en dinero. Pero aprovechar estas oportunidades tiene un alto precio emocional y físico. El choque cultural es abrumador, es muy difícil hacer verdaderos amigos y ni qué decir del idioma. No saber inglés sí que dificulta las cosas: te cierra puertas, te priva de oportunidades y hasta puedes terminar con un diagnóstico equivocado en una cita médica. Estados Unidos es un país que no tiene tiempo para esperarte. Ahora trabajas 24/7, te mueves poco, la comida te sienta mal, sufres de insomnio y temes enfermarte en manos de uno de los sistemas de salud más caros del mundo.
Te sientes como un recién nacido abandonado a su suerte, solo, desprotegido y frustrado.
En tu país solías ser alguien, aquí pierdes tu identidad. Al principio te sientes muy colombiano, pero luego te das cuenta de que no puedes regresar a tu país, que no es seguro. Entonces ya no eres ni de allí, ni de aquí. No puedes ejercer tu profesión, tus años de experiencia y tu título ya no te representan más. Sientes tristeza, ira y una soledad punzante. Lloras inconsolablemente y extrañas el clima que no sabe de estaciones y ese café suave con leche en las mañanas de las cafeterías del barrio y hasta la sonrisa y saludo caluroso del dueño que, aunque no te conoce, te habla de todo y de nada.
Y te preguntas una y otra vez, ¿qué hago aquí entonces? Te quieres ir, pero no tienes opción. Tu nación te falló dos veces: primero te desplazó dentro de sus hermosas tierras y luego, así no más, ya no tienes lugar en ellas. El sistema no funciona y de nuevo corres peligro, debes marcharte.
Con el tiempo vas encajando imperfectamente en este rompecabezas. Entras apretado y quedas chueco, desgastado y te das cuenta de que ahora te pareces un poco al de la registradora del mercado, a la secretaria de la oficina del doctor y hasta al agente de inmigración. Hablas poco, no te ríes tanto y terminas aislado. Finalmente, ya eres algo anglo.
Tratas de adaptarte y encontrar refugio en ese árbol seco que es Estados Unidos, lleno de pájaros migrantes que como nosotros buscamos abrigo en un lugar hostil y vacío, pero “seguro.”
La soledad es uno de los sentimientos más intensos en el exilio. Te aferras a todo tu ser para poder continuar sin perderte a tí mismo.
El cielo que abriga a todo el globo terráqueo nos conecta con nuestros seres queridos en la distancia, nos permite entender que habitamos distintas esquinas del mismo mundo y que en su inmensidad todos convergemos mirando la misma luna y el mismo sol, aunque las nubes y la lluvia no tengan ni la misma forma ni intensidad.
La bandera americana no se iza en nuestro honor, por el contrario, se muestra recelosa, impaciente e intimidante.
El aislamiento te convierte en un nuevo ser. Jamás vuelves a ser el mismo y poco a poco adoptas la forma de tu nuevo hogar.
Las medusas representan el amor y la fuerza entre dos seres que solos en el exilio han logrado superar las diferencias culturales, han aprendido a convivir con la soledad sin perder la cordura y finalmente establecerse como ciudadanos de tierras extranjeras.